Herrán Sifuentes, Mike A. „LAGARTO PANCHO“. Revista EDUCA UMCH 8 (26.12.2016): 167–72. http://dx.doi.org/10.35756/educaumch.v8i0.48.
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El cielo se llenó de nubes y una sombra tenebrosa cubrió la montaña verde delBrasil. Pasaron las horas y la lluvia se hizo más intensa. La gente se resguardaba ensus cabañas hechas de palma. De repente, en la orilla del río, por encima del barro,comenzó a deslizarse, un enorme huevo color marfil, el cual fue abrazado por unaspiedras en forma de corazón.Una embarcación llamada Reina María I, se preparaba para partir del puertode Magazao llevando telas, con destino al puerto de Iquitos en el Perú. Se decía queaquellas hermosas telas que llevaban en su interior, gustaba mucho a los pobladoresde la ciudad vecina. Esta embarcación estaba dirigida por el capitán Vinicius, quien eraun hombre muy bondadoso, de noble sentimientos y sobre todo, justo. Cuando elcapitán se disponía a subir a su embarcación y próximo a partir, vislumbró cerca de élun hermoso huevo de color marfil, y pensó: “¿Desde cuándo estará este huevo enla orilla del rio? ¿Parece ser un huevo de lagarto?”Era raro para él, que entre la orilla del río hubiese un huevo rodeado de piedras.Pues los lagartos depositan sus huevos dentro de la vegetación para esconderlos delos depredadores. Continuó pensando que tal vez este haya sido arrasado por lacorriente y llevado hasta allí. De cualquier manera no puedo dejarlo ahí, pensó.Agarró el huevo para llevarlo entre sus brazos. Subió a la embarcación y lo dejódentro de una pequeña canasta.El Reina María I, estaba listo para partir. Los pobladores se despedíanemocionados de todos los pasajeros, ya que eran familiares de casi todo el pueblo.Y así fue. El barco zarpó lentamente con mucha tranquilidad, y los pasajeros muyfelices.Navegaron días y noches por las aguas del Amazonas. Aquel río que semostraba sereno y tranquilo. Cruzaron todo el Brasil, hasta llegar a Leticia que esla frontera que separa a Colombia, Brasil y Perú. En aquel puerto bajaron todos lostripulantes y pasajeros, necesitaban cambiar sus reales por soles.El capitán Vinicius hizo lo propio. Olvidando el huevo en el interior del barco.De pronto, el clima se puso feo, empezó a llover fuertemente, el cielo se llenó denubes negras y empezó a caer truenos, rayos y relámpagos, uno de esos rayosimpactó justo en medio de la embarcación. El capitán no podía creerlo. El ReinaMaría I, se estaba quemando. Pero eso no era lo único que le preocupaba, puesrecordó que el huevo que tanto había cuidado estaba vulnerable rodeado por esasllamas.Trataron de sujetar el barco, pero no se pudo, la corriente lo llevó hacia la otraorilla, y allí terminó de quemarse. Vinicius, no pudo contenerse y rompió a llorar. Sesentía culpable de todo. Cayó de rodillas al piso arcilloso y golpeaba con sus fuertesmanos morenas, su pecho.De pronto, algunos tripulantes vieron a lo lejos una canasta que salía triunfantede aquel humo negro. El capitán levantó la mirada y vio aquella escena. ¿Era elhuevo? Sí, lo era. Pidió una canoa para alcanzar a aquella canasta, pero, en el precisomomento en que se disponía subir a la embarcación artesanal, el río comenzó aincrementar su caudal y se puso turbulento. De todas maneras él quería ir a salvarlo,pero los pobladores no lo dejaron, pues era un riesgo para su vida.Vinicius vio alejarse por el horizonte a aquella canasta cubierta por una tela decolor verde y roja. Tristemente lloró, y mirando al cielo, pidió al Señor que protejaal único sobreviviente de la embarcación Reina María I.***El cielo amazónico relucía impecable, despejado y a lo lejos se distinguían losrayos del sol. Ainia parecía danzar en los aires, sus hermosas alas de color canela,jugueteaban con los rayitos de sol, que poco a poco empezaron a perderse en el azuldel cielo. Ainia, cantaba y cantaba, dando los buenos días a todos los habitantes delbosque amazónico, su melodía aguda sonaba ham, ham, ham, ham, haaaaaaaaaa.Cuando se preparaba para aterrizar entre las hojas flotantes, se encendieronrápidamente sus ojos de color miel; vislumbró una canasta solitaria y dijo:–¿Qué hace esa canasta en medio del Amazonas? ¡Tengo que investigarlo!Se apresuró a descender. Aterrizó suavemente, para no llamar la atención,encima de la canasta. Asomó su cabecita ploma dentro y de pronto vio unospequeños ojos rojos que se prendían presurosamente y se asustó. Retiró la cabezainmediatamente, pero como era muy curiosa, pensó que de repente era productode su imaginación, pues cómo podía haber unos ojos de color rojos. Nuevamentese asomó a la canasta, pero esta vez quitó con su pico ganchudo la tela que locubría, llevándolo por los aires hasta dejarlo encima de la copa de un árbol. Bajóinmediatamente y vio dentro de la canasta a un ser de color negro y pequeño, queestaba acostado encima de una camita blanca.–¿Quién eres?–preguntó ella.Pero él no respondió. Le increpó nuevamente:–¿De dónde vienes? –y tampoco respondió.Entonces le preguntó:–¿Estás de vacaciones? ¿Pero dónde están tus padres?No obtuvo ninguna respuesta. Dio varias vueltas alrededor de la canasta y viouna etiqueta que decía Pancho.–¡Ah ya sé, te llamas Pancho! ¿Cómo no se me ocurrió antes? –dijo el ave.El lagarto sonrió mostrando sus pequeños dientes, en un gesto de afirmación.Ainia, reflexionó por un momento, y susurró:–Pobre Pancho, debe de estar solo. ¿Quién podría abandonarlo? Se ve tanvulnerable y muy hambriento. Qué puedo hacer yo, si soy solo un ave de paso.Pancho miraba a aquella ave con dulzura e inocencia.Ainia, tomó vuelo. Subió a la copa de un árbol y cogió una especie de frutade apariencia morada, que por aquellos lugares le llaman caimito. Se lo entregó alpequeño Pancho e inmediatamente el caimito estaba en su estómago.Ainia, jaló la canasta hasta la orilla del río. Recogió la tela roja y verde que habíadejado encima de la copa del árbol. La amarró por el contorno del cuello de Pancho,simulando ser un pañuelo de marinero. Ainia, ayudó con mucho cuidado al pequeñoa descender de la canasta al suelo y se posó encima de él, y juntos ingresaron albosque.Respiraron una y otra vez. Sintieron el aire puro y fresco que parecía venirdesde aquellas grandes y verdes hojas frondosas. Para Pancho todo era nuevo,las hojas, las flores, los troncos, los frutos, no dejaba de sorprenderlo, Ainia muycontenta le explicaba todo lo que conocía, pues ella venía de un lugar muy lejanollamado Costa Rica. Y le dijo:–Como te habrás dado cuenta, mi pequeño, soy un ave aventurera, misabuelos eran mexicanos y mi madre nació en Venezuela, tengo muchos hermanos,primos y parientes que ni conozco, pero sé que existen; mi familia va desde el sur alnorte de toda América, lo cual hace de este Continente, mi hogar; tienes que saberque sé hablar muchos idiomas, pues mi familia siempre me enseñó que para podercomunicarme con los demás es necesario hablar su idioma. Cuando emprendí migran viaje por las islas centroamericanas tuve que hablar inglés, francés, holandésy español. Ah!… pero también sé hablar portugués y un poco de italiano. Estuveaprendiendo a hablar quechua y algunas lenguas nativas del Amazonas. Me gustamucho aprender nuevas culturas. Siento que es parte de mi historia. Pero bueno yahablé mucho de mí. Dime pancho, ¿tú sabes de dónde vienes?Y Pancho le respondió:–No. Yo no sé de dónde soy. Pero pienso que nací en el río, pues es ahí dondepor primera vez te vi.Entonces Ainia le preguntó:–¿Y por qué nunca saliste de esa canasta rota?Y él le respondió:–Pues me daba miedo. Afuera se escuchaba muy feo. Pero ya no tengo miedo,porque tú estás conmigo y sé que nada me va a pasar.Ainia le dijo:–Es correcto, precioso, entonces tú eres peruano. Porque te encontré cercade la Reserva Nacional de Marasha. Es un territorio hermoso y pertenece al Perú.Pancho se quedó callado por unos momentos y de repente exclamó dijo:–¡Soy peruano!Pancho había encontrado el lugar adonde pertenecía y se sentía muy feliz poreso.Los dos siguieron caminando y conversando por varias horas hasta que vierona unos seres trepados por los árboles que comían bananas. Y Pancho preguntó:–¿Qué son esos seres?Ainia le respondió:–Mira Pancho, los de ahí se llaman monos Titi, son más delgados que losmonos araña que están más arriba del árbol. Si alzas muchísimo más la mirada,podrás ver unos pájaros grandes de colores. ¿Lo ves?–Sí, los veo. ¿Y ellos cómo se llaman y por qué tienen la nariz tan grande? –preguntó Pancho.–Mira ellos se hacen llamar Tucanes y tienen el pico muy grande, porque esoles ayuda a controlar su temperatura corporal y también para pelar frutas –le dijoAinia.–Son muy hermosos –dijo Pancho–. Y rápidamente pensó en voz alta: –Cuando sea grande, seré un Tucán para poder volar por los cielos.Siguieron caminando y a lo lejos vieron unas nuevas aves, pero estas eran muydistintas. Pancho se sorprendió y dijo:–¿Por qué esos Tucanes no están volando y por qué tienen el pico tan corto?–Esas aves no son Tucanes. Son Gallitos de las rocas. El color naranja y negro esmuy característico en ellos. ¡Hey! Vamos, Conozco a uno de ellos, te lo presentaré–le dijo Ainia.–¿Cómo están chicos?–dijo Ainia.–¡Bien! ¿Y ustedes?–dijeron las aves–¡Pura vida! Les presento a Pancho. Él es peruano como ustedes –le explicóAinia.–Hola Pancho. Mucho gusto. Mira yo me llamo Florentino y él es Hilario.–Mucho gusto señores. Yo soy Pancho y como ven soy un lagarto.–Cuéntame amigo. ¿Hacia dónde van? –preguntó Florentino.–¡No lo sé! –le dijo Pancho con voz dudosa.Ainia interrumpió:–Estoy mostrándole al muchacho nuestro hogar. Hemos caminado tanto. ¡Quéya estamos cerca de llegar a Leticia! Pues hablé con un delfín rosado, quien me dijoque probablemente allá pueda encontrar más lagartos y de repente reconozcan aPancho.En eso Florentino interrumpió:–¡Ahhh!... Justo hoy se cumple un mes del naufragio de una embarcación ysería bueno que llevaran unas flores blancas como muestra de solidaridad. ¿Ainia, túsabes qué ocurrió aquel día?Y Ainia le respondió preocupada:–No lo sé.–Pues se dice que un barco venido del Brasil, trayendo telas, se quemó enmedio del Amazonas y que afortunadamente no hubo ningún herido, pero ahí noqueda todo, se cuenta que ese día ocurrió un milagro. El fuego empezó a incendiartodo. El capitán estaba desesperado por salvar una canasta que se encontraba dentrode la embarcación. Gritaba muy fuerte. Hasta lloró de la impotencia, pues no lograbasacar aquella canasta del fuego. Sin embargo, después de un largo rato salió flotandoaquella misma canasta que el capitán quería con tantas fuerzas salvar. Pero como nopudo alcanzarlo, rogó al Señor de los Cielos para que lo cuidara. Y por cierto, estabacubierta de una tela del mismo color del pañuelo que tiene este pequeño lagartito.¡Se cuenta que en aquella canasta había un huevo, pero nunca se supo qué clase dehuevo era! –sermoneó Florentino.Ainia, estaba muy impresionada y casi sin habla, porque intuía, que aquel huevoera Pancho. Y pensaba qué podría hacer. Por eso, presurosamente se despidió deaquellas hermosas aves y emprendió la marcha hacia Leticia.Caminaron por varias horas, hasta que llegaron a Leticia. Ainia invitó a Panchoa que jugara con algunas nutrias que estaban en aquel lugar. De repente aparecióel oficial Capibara y Ainia le pregunta sobre aquel barco que se quemó en el río.Y el confirmó todo lo que le había contado Florentino, pero añadió algo más. Queel nombre de la embarcación siniestrada era Reina María I y que venía del Brasil,exactamente de Magazao.Ainia no lo dudó y decidió partir hacia aquel lugar. Presentía que era su deber ira buscar a la familia de aquel inofensivo lagarto.Compró unos boletos de barco, con destino a Magazao. Llamó a Pancho y ledijo:–Amigo qué te parece si ahora vamos a visitar a unos parientes que tengo enel Brasil.Pancho se emocionó de poder conocer a más amigos. Subieron rápidamenteal barco que estaba por partir. Pancho miró por el cobertor y se despidió de lasnutrias. Él estaba muy feliz, era su primera vez en un barco. Se dispuso a comer uncaimito. Era una de sus frutas favoritas,De pronto sintió que alguien lo miraba y decidió saludarlo. Pero aquel pequeñopasajero se alejó de él para llamar rápidamente a su mamá, y dijo:–¡Mamá! ¡Mamá este lagarto feo y negro me quiere comer!Aquella mamá miró a Pancho y le dijo a su hijo:–¡Nicolás! No digas eso, que él es un niño igual que tú.La señora Hormiguero se acercó a Pancho y le dijo:–¿Pequeño, dónde está tu madre?Pancho alzó la mirada y triste le respondió:–Yo no conocí a mi mamá. Pero Ainia es como mi madre. Ella es muy buena yme cuida de todos los que quieren hacerme daño.–¡Ah! entiendo –dijo la señora Hormiguero. Te pido disculpas por elcomportamiento de mi hijo, Nicolás. ¡Hijo ven! Ofrécele unas disculpas a Pancho.Y el niño le expresó su disculpa por haberlo ofendido.La señora Hormiguero dijo con firmeza y sabiduría:–Nunca debemos juzgar a nadie por su apariencia, lo mejor de las personasno se ve…Y así pasaron los días. Hasta que llegaron al puerto de Magazao. Descendierondel barco y caminaron hacia donde había una señal de información turística,preguntaron si había alguna embarcación llamada Reina Isabel I. En ese momentoapareció por debajo de unos libros el señor serpiente, quien era el guía turístico y convoz ronca les dijo que esa embarcación nunca fue habilitada después del accidente.Ainia preguntó por el capitán. La serpiente pensativa les respondió:–Se dice que el capitán de aquella embarcación viajó muy lejos, hacia elhorizonte verde. No se sabe a dónde exactamente. Pero lo que se conoce es queél salvó a un huevo de lagarto que encontró cerca de su barco, antes de partir deeste puerto con dirección al puerto de Iquitos, y por esa acción es considerado elprotector de la selva amazónica sudamericana.Ainia entendió todo. Pancho era hijo de aquel honorable capitán. Y sabía queen algún lado del mundo su padre lo estaría buscando. Ella se comprometió a seguircuidándolo hasta que pudiera emprender su propia búsqueda y descubrir quién era.–¿A dónde vamos? –preguntó Pancho a Ainia.Y ella le respondió como susurrándole:–A casa, mi pequeño, a casa.